Se suele decir que un rasgo fundamental del arte contemporáneo es su carácter crítico. Pero para ser de raíz, la actividad crítica debe comenzar por sus propios fundamentos.

Sin embargo, en la escena argentina no se registra una reflexión sostenida sobre el campo del arte contemporáneo: sus condiciones de existencia, sus formas de producción, de distribución y de consumo, sus agentes, su periodización histórica y evolución, su materialidad, sus criterios de valor, entre muchos otros aspectos.

12 de agosto de 2011


SOBRE EL TEMA DE LA MUERTE                                                                 Víctor Florido

Me gustaría rescatar algunos conceptos de Zigmunt Bauman, de su libro Miedo Liquido (editorial Paidós 2007). En el primer capítulo se dedica específicamente a examinar el terror a la muerte, como preludio al tratamiento de los miedos contemporáneos como las epidemias, el terrorismo, la violencia criminal etc.
        Bauman sintetiza que Todas las culturas humanas pueden interpretarse como artefactos ingeniosos calculados para hacer llevadero el vivir con la consciencia de la mortalidad.
   La más habitual de estas estrategias es la idea de la vida después de la muerte, inmortalidad del alma.
    La admonición “memento mori”,  que acompaña a la proclamación de la eternidad de la vida, da fe de la asombrosa potencia de esa promesa de lucha contra el efecto incapacitante de la inminencia de la muerte.  (…) La muerte deja de ser la Gorgona cuya mera visión nos fulminaría: no solo podemos sino que deberíamos mirarla a la cara todos los días y durante las veinticuatro horas para que no nos olvidemos de preocuparnos por la nueva vida que la muerte inminente nos augura. Recordar la inminencia de la muerte ayuda a que la vida de los mortales siga por el buen camino, ya que la dota de un propósito que hace que cada momento vivido sea precioso.
Junto a la posibilidad de un alma que sobreviva al cuerpo, aparecieron otras posibilidades que eventualmente pueden superponerse a la idea religiosa del alma eterna, pero ofreciendo además otras formas de sobrevida; aunque ninguno de los sustitutos posteriores de esta invención ha sido tan eficaz a la hora de dar batalla contra el terror a la propia desaparición.
    Todas las imitaciones, sin embargo, caracterizaron a la inmortalidad como una “vida por delegación”. (…) Por imperfectos que puedan resultar, estos sustitutos han sido diseñados conforme a la fórmula de una vida después de la muerte, tratando de dar significado a la vida mortal mediante la insistencia machacona en la “durabilidad de los efectos” de una vida terrenal reconocidamente “transitoria”, de dar garantías de que el duro trabajo realizado en el trascurso de esa vida no caerá en saco roto.
Bauman divide estas nuevas invenciones culturales en dos principales: las que ofrecen una inmortalidad personal y las que prometen una contribución personal a la supervivencia de un ente impersonal.
En los lienzos en los que se retratan “momentos históricos” pasados (es decir, momentos que se considera valioso recordar porque sus consecuencias perduraron más allá de su tiempo y cambiaron el fluir posterior de los acontecimientos al dejar una huella tangible en el presente), podemos distinguir a “los individuos” de “la multitud” o “la masa” gracias a los rostros únicos y reconocibles de los primeros y a la igualación, la vaguedad o la invisibilidad de las caras de los miembros de la segunda. (…) la individualidad es un “valor” solo en la medida en  que no es un don que obtengamos gratuitamente, es decir, solo si hay que luchar por ella y precisa de esfuerzo para conseguirse.
(…) el acceso a los medios de preservación de la singularidad reconocible de un rostro y un nombre en el futuro –incluyendo el que siga a la muerte del portador de dicha cara y dicho nombre- es un atributo necesario y, quizás, también el ingrediente más deseable de la “individualidad”.
El medio de acceso a este tipo de inmortalidad personal es la “fama”. Antes atributo de monarcas y generales, se extendió a estadistas, revolucionarios, escandalizadores y rebeldes, descubridores, inventores, artistas y científicos. Tanto los regímenes dinásticos como las republicas o las teocracias desarrollaron sus propios sistemas de reparto de la fama. Aunque el derecho que asegurase la fama a los pertenecientes a un grupo determinado no pudiera garantizar que esa fama fuese positiva, la gloria. Siempre estaba abierta la posibilidad de que se convirtiese en infamia.                 
Para los que no tenían garantizado un acceso a la inmortalidad individual, a través de la fama, estaba abierta la posibilidad de una inmortalidad despersonalizada que se ofrece en forma de premio consuelo, a las muchas (innumerables) personas que tienen pocas esperanzas de lograr nada que se considere significativo y que, por consiguiente, también tienen perspectivas exiguas de adquirir un lugar seguro en la memoria humana por sí mismas.
 (..) sus propias vidas serán olvidadas, pero seguirán teniendo una repercusión: no pasarán sin dejar huella. Lo que tendrá repercusión, sin embargo (..) será el modo en que mueran. Incapaces de ganarse la inmortalidad por medio de la vida, aun podrán adquirirla a través de la muerte; eso convertiría su muerte en instrumento para aportar algo mucho más solido (…) es gracias a  la supervivencia de ese “algo” que ellas mismas pueden alcanzar la inmortalidad  por delegación: haciendo de su muerte una ofrenda a una causa (imperecedera, a ser posible)
En los albores de la modernidad y de la construcción nacional, continúa Bauman, la República Francesa resucitó la formula romana  pro patria como modelo de inmortalidad por delegación. De ese modo dio lugar a lo que George Mosse denominó la “nacionalización de la muerte”, una estrategia que seguiría siendo usada durante toda la era moderna.  El naciente Estado buscaba así garantizarse la provisión de súbditos dispuestos a sacrificarse en aras de la patria, ofreciendo a cambio una forma impersonal de inmortalidad.
   (..)  En la era de los grandes ejércitos permanentes de reclutas y del servicio militar obligatorio universal, el horror a la muerte aun por explotar y el miedo al vacío al que se sospechaba que conducía esa  muerte fueron ventajosamente aprovechados para la movilización del patriotismo de masas y la dedicación a la causa nacional ( ..) la muerte del héroe nacional podía ser una pérdida y una tragedia personales, pero el sacrificio estaba sobradamente recompensado, aunque no por la salvación del alma inmortal del fallecido, sino por la inmortalidad física de la nación .los monumentos a los caídos ,repartidos por toda Europa, recordaban a los transeúntes que la nación no estaría allí para erigir monumentos en honor a los muertos si no fuera por el sacrificio voluntario de las vidas de éstos.
 (…) las exhibiciones públicas anuales de la memoria nacional tenían juna finalidad adicional: recodaban a los espectadores y a los participantes en las ceremonias de aniversario que la longevidad de la existencia póstuma en la memoria de la posteridad depende de la existencia continuada de la nación.
Bauman menciona a continuación que este modelo estatal-nacional de gloria post mortem fue imitado por diversos promotores de otras causas, como los muchos movimientos revolucionarios.

Relacionado con la existencia de los estados modernos y su promesa de perduración, en otro libro suyo, Vidas desperdiciadas (Paidós 2005), Zigmunt Bauman hace referencia a la capacidad de los Estados Sociales de funcionar como marco para programas vitales, de sus ciudadanos. 
El estado social se comprometía a proteger a sus súbditos principalmente contra esa incertidumbre, creando empleos más estables y haciendo más seguro el futuro. No obstante, por las razones ya comentadas, ya no es éste el caso. El estado contemporáneo ya no es capaz de prometer el Estado Social, y sus políticos ya no repiten la promesa. Antes bien, sus políticas auguran una vida todavía más precaria y plagada de riesgos, que requiere muchos ejercicios sobre la cuerda floja, al tiempo que torna casi imposibles los proyectos vitales.
Este tipo de acuerdo funcionaba también como reaseguro de la supervivencia no solo individual sino de la propia descendencia, como respuesta, como estrategia frente a la consciencia de finitud.

Paralelamente a los recursos examinados antes, y volviendo al libro Miedo liquido, Bauman analiza otro de naturaleza más cultural. A medida  que las condiciones históricas de la eficacia de los recursos mencionados antes, empiezan a disiparse y desaparecer, aparece otra alternativa nacida de las pautas culturales de la sociedad de consumo.
    A esta opción la llama estrategia de la marginación de todas las preocupaciones por lo definitivo.  Y dicha marginación se produce mediante la devaluación de todo lo que sea duradero o longevo.
Hablo de la devaluación de todo aquello que tenga una probabilidad elevada de sobrevivir a la vida individual (…) La estratagema de la marginación consiste en un esfuerzo sistemático por desahuciar la preocupación por la eternidad (y, en realidad, por toda duración en sí) de la conciencia humana y desposeerla de su poder para dominar, condicionar, racionalizar el curso de la vida individual.
Es un proceso que trasplanta la importancia que se otorgaba al “más allá” al momento presente, pasa de lo duradero a lo transitorio, separando el horror de la muerte de su causa original.
  Los modos en que sucede esto son dos: la deconstrucción de la muerte y su banalización.
 Bauman cita a Freud 1) quien utilizando la palabra reducción explicaba lo que hoy llamaríamos deconstrucción  en estos términos “tenemos la costumbre de enfatizar la causalidad fortuita de la muerte (accidente, enfermedad, infección, edad avanzada); con ello, sacamos a relucir el empeño que ponemos en reducir la muerte de una necesidad a una causalidad 
Señala también que este síntoma de los tiempos descrito por Freud está a tono con el espíritu de la modernidad para el que todo tiene una causa, tanto de su existencia como de su no existencia. Así, lo que la búsqueda obsesiva de las causas de todo deceso oculta es la inevitabilidad de la muerte, considerándola una contingencia  y por tanto evitable.
 Pero para el autor, el efecto de dicha estrategia está lejos de producir la paz deseada:
si la posibilidad de inmortalidad resalta la importancia (instrumental)y la potencia de la vida mortal reconociendo (al mismo tiempo) la inminencia de la muerte corporal, la deconstrucción de la muerte –paradójicamente-intensifica el volumen del terror a la muerte e incrementa drásticamente la potencia destructiva de ésta, incluso al tiempo que pone ostensiblemente en entredicho su inminencia. En lugar de suprimir la conciencia de la inexorabilidad de la muerte (su supuesto efecto) y liberar las actividades de la vida de su presión, hace que la presencia de la muerte en la vida sea más constante y tenga más repercusión que nunca.
La preocupación por la muerte definitiva y distante, se divide así en las continuas y cotidianas preocupaciones por  prevenir, combatir sus causas, e investigar para erradicarlas.
Así fragmentado el miedo a la muerte satura la vida diaria, aunque en pequeñas dosis. Así la deconstrucción viene acompañada de la banalización de la muerte.
La lucha contra la muerte se torna cotidiana y trillada, fragmentada en miles de pequeños cuidados.
La banalización trae la experiencia única de la muerte –inaccesible a los vivos por su propia naturaleza- al terreno de la rutina diaria de los mortales, transformando la vida  de éstos en un ensayo perpetuo de la muerte y esperando con ello familiarizarlos con la experiencia de “lo definitivo” y, así, mitigar el horror que se desprende de la “alteridad absoluta”  la incognoscibilidad total y absoluta de la muerte.
Finalmente, y como una nota característica de la banalización de la muerte, Bauman señala que la precarización de nuestros lazos afectivos,  nos trae aparejadas experiencias que también nos familiarizan a lo largo de la vida con la experiencia de finitud, de permanente duelo.
   Si hiciera una valoración de las distintas etapas propuestas por Bauman como modelo para entender las relaciones de la sociedad con la idea de la muerte, creo que el periodo contemporáneo está en notoria desventaja respecto de tiempos anteriores.  Habiendo dado de baja otras formas de dar sentido al par vida/muerte nos encontramos hoy sin más armas que la esperanza que nos da la ciencia para aplazar lo más posible el momento temido, pero despojados de toda finalidad, de todo sentido.   Quizás por eso el tema de la muerte reaparezca sin cesar en el arte, como una necesidad.  
Se dijo alguna vez que nuestra época tiene el “know how” pero carece del “know for”, evidenciando que todo avance científico tecnológico contrasta con la falta de certeza de un mundo sin objetivos, sin orientación social alguna. Quizás sea este sentido perdido de finalidad el que haga que la muerte en nuestro tiempo sea un mal a combatir. Quizás la falta de un fin en la vida prive también a la muerte de todo sentido, de todo valor. En todo caso parece claro que cada época elaboró sus relaciones con la muerte según su propia teleología y su sentido de la vida. Toda explicación por la muerte remite a un sentido de la vida y viceversa. El periodo contemporáneo de nuestra historia parece sufrir la falta de ambos.

1)      Sigmund Freud “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, Buenos Aires, Amorrortu, 1980

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